Alfabetización mediática

Por qué PISA parece funcionar como una apisonadora

Artículo publicado en AIKA.

El informe PISA, al medir las habilidades de los estudiantes de quince años, trata de evaluar los sistemas educativos de los diferentes países. Y de fomentar –siempre según sus autores– el interés público por la educación y la consiguiente mejora de las políticas educativas.

Pero ¿es realista evaluar un sistema educativo tomando como único indicador estas habilidades cognitivas de los estudiantes? ¿Se contribuye, así, a enriquecer las políticas educativas? ¿Se potencia el desarrollo sostenible de los sistemas educativos, de su calidad y su equidad? O, por el contrario, ¿se simplifica el análisis de y se oscurece la comprensión de la realidad?

Un debate mediático

Uno de los efectos innegables de la presentación de resultados de PISA es la potenciación del debate público y mediático sobre la educación.

Durante unos días, los medios internacionales pasan a ocuparse de la educación, y los políticos se ven obligados a justificarse ante la opinión. Por otro lado, son muchos los artículos, científicos y de divulgación, que integran los datos de PISA y que indican un creciente interés de la comunidad científica por sopesar las consecuencias de las diferentes políticas educativas. Mientras tanto, la ciudadanía, por su parte, parece interesarse, aunque sea de modo efímero, por la cuestión educativa.

Todo lo cual demuestra que PISA es capaz de revitalizar el debate social en torno a la necesaria evaluación de los sistemas educativos. No cabe duda: PISA ha propiciado, en este sentido, un cierto efecto positivo.

Pero hay que ir más allá de la mera consideración de este primer efecto y hay que preguntarse si, a la postre, este debate es constructivo. ¿Es realista el análisis que nos propone PISA? ¿Contribuye al diagnóstico de la situación y a la toma de decisiones? O, por el contrario, ¿se ha convertido en un ejercicio de propaganda social más que otra cosa?

Efecto apisonadora

Cuando, a la hora de evaluar los sistemas educativos, PISA privilegia, por un lado, la comparación entre países, y, por otro, solo toma en cuenta el rendimiento de sus estudiantes, está promocionando una visión selectiva de la educación. Tiende a producir lo que podemos denominar un efecto apisonadora. Es decir, aplana los aspectos más significativos de la educación, los que realmente diferencian unos sistemas de otros.

Y, tras esa tarea de aplanamiento, lo que parece es que PISA deja, a su paso, un terreno solo transitable para cierto tipo de vehículos, especialmente todos los ligados a la globalización economicista de la educación. Una globalización que, por lo visto, solo atiende a la circulación de los capitales y de la mano de obra.

De ahí, tal vez, ese interés casi exclusivo de PISA por promocionar solo las competencias individuales de los estudiantes. Trata, así, de crear un espacio de convertibilidad y de evaluación de esas competencias, convirtiéndolas en moneda de cambio en los mercados transnacionales, y dejando a los individuos como componentes aislados de ese mercado.

PISA solo parece poner interés, pues, en la globalización del mercado de las competencias y las habilidades. No parece importarle, pues, la persona como tal persona, sino solo un factor productivo. Un elemento capaz de favorecer el rendimiento económico de los mercados.

¿Es realista el análisis que nos propone PISA? ¿Se ha convertido en un ejercicio de propaganda social más que otra cosa?

Descontextualizando

¿De qué manera lo hace?

El efecto más significativo de este aplanamiento es la ocultación, ante la opinión pública mundial, de cuestiones esenciales a la hora de describir un sistema educativo cualquiera.

A este fenómeno le llamaremos aplanamiento por descontextualización.

Cuando, pongamos por caso, se comparan los resultados del sistema educativo de Liechtenstein –con más de 84.000 dólares per cápita– o de Macao –con más de 89.000– con los de Vietnam –con 4.000 dólares– o Jordania –con 6.000– estamos ante un caso de descontextualización y ocultación muy notorio.

O cuando PISA establece ranquins y compara resultados entre países tan distintos como Singapur –una ciudad Estado– y México –con muchos estados–; o Finlandia –un país casi mono-étnico– con Estados Unidos –con infinidad de lenguas y razas– o Colombia –con un conflicto bélico apenas clausurado–, estamos también asistiendo a ese aplanamiento por descontextualización. Elidiendo, muy sutilmente, muchas diferencias significativas: diferencias económicas, culturales, etc.

Comparar resultados entre países tan distintos como Singapur, México o Finlandia produce una gran desontextualización

Un mensaje subliminal

¿Cuál es la consecuencia de este aplanamiento, de esta ocultación?

PISA está lanzando un mensaje subliminal, implícito y latente: la globalización avanza en educación, pese a todas las contradicciones y desigualdades que existen. Potencia, así, una visión idílica de la globalización que se solo atiende a la exaltación de los valores del rendimiento y de la producción.

Pero este mensaje, insistimos, puede circular solo a condición de situar en segundo plano otras realidades de la educación de nuestro tiempo. Precisamente, los aspectos más conflictivos y tensos de nuestra realidad social contemporánea: la desigualdad, la pobreza, los conflicto sociales.

Lo que a los autores de PISA parece interesar, por encima de todo, a la hora de evaluar la educación es su capacidad para potenciar la creación de un mercado global de mano de obra. Se trata, aquí, de un aplanamiento que persigue favorecer el productivismo, soslayando cualquier otra consideración sobre la realidad social.

Silenciando factores clave

Conviene, en todo caso, profundizar en los diversos mecanismos a través de los cuales se construye discursivamente este mensaje subliminal.

En primer lugar, elidiendo y ocultando muchos factores que son clave en los procesos educativos.

PISA, entre los muchos “resultados” que hubiera podido estudiar para ayudar a mejorar los sistemas educativos –que son de muy diversa índole- ha elegido centrarse exclusivamente en medir las capacidades cognitivas de los estudiantes. Al focalizarse en ellas, deja en la sombra muchas otras habilidades o factores que califica –de un modo bastante simplificado– como “no-cognitivas”. En ese saco incluye nada más y nada menos que cuestiones tan decisivas como las actitudes, las motivaciones, y los comportamientos de los estudiantes.

Lo que PISA hace, pues, es silenciar en su estudio factores tan claves como los que ayudan a sostener la solidaridad social y la ciudadanía: el compromiso, la empatía, o el sentimiento de responsabilidad, etc.

Al focalizarse en las capacidades cognitivas, PISA deja en la sombra habilidades tan decisivas como las actitudes, motivaciones, y comportamientos

Atribuyendo una excesiva responsabilidad a la escuela

En segundo lugar, PISA identifica los resultados de los estudiantes en las pruebas con la calidad del sistema educativo del país. En realidad, dos elementos bien distintos. Al asumir esta identificación, lo que logra es responsabilizar únicamente a la escuela –o al sistema educativo– de la formación de las habilidades de los jóvenes.

Si algo sabemos hoy en día, a partir de la investigación pedagógica contemporánea, es que hay otros muchos factores diferentes a la escuela que juegan un papel decisivo en la educación de los jóvenes. Son elementos tales como el ambiente familiar, las condiciones en que se vive la primera infancia y, en general, los factores socioeconómicos. Pero PISA, no tiene en cuenta estos factores. Apenas los considera. Tiende a atribuir todas las responsabilidades a los sistemas educativos.

Y, con ello, da una vuelta de tuerca más a instalar una visión simplista y falsamente idílica sobre la globalización educativa. Insistimos, no se refiere a las desigualdades sociales, a las diferencias culturales, a los conflictos políticos, etc. Solo a tiende a los factores de productividad global.

¿Qué hay detrás de PISA?

En consecuencia, si por un lado, PISA contribuye a aumentar el interés global por la educación, por otro, tiende a simplificar mucho el debate. Tiende a producir un efecto apisonadora: subrepticiamente, nos está proponiendo la idea –simplista, desde luego– de que la educación solo tiene debe tener en cuenta la capacidad de los estudiantes de integrarse en el mercado de trabajo. Y la idea más simplista aún de la que la educación solo puede pretender ese fin. Nada más.

¿Es este efecto apisonadora de PISA casual? ¿Es fruto de un desliz metodológico? ¿O responde a un trabajo de ingeniería social más profundo?

El debate está abierto

Para unos, PISA es solo una aportación científica a la mejora de los indicadores educativos, un estudio que debe ser enriquecido desde las perspectivas propias de cada país.

Para otros, es solo un instrumento ideológico de una organización, la OCDE, que antepone el desarrollo económico a todos los demás aspectos del progreso humano y que, como explica Enrique Díaz “tiende a exacerbar aún más el modelo de competitividad entre las instituciones docentes y entre países” alejándose así de modelos de solidaridad y cooperación”.

En todo caso, se adopte el punto de vista que se adopte, vale la pena ser prudentes al estudiar el nuevo informe PISA correspondiente a 2016.

Sea cual sea nuestra postura sobre sus potenciales efectos, conviene leer PISA con prudencia y con distancia crítica.

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