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El eclipse de las humanidades y las nuevas tecnologías


Jordi Llovet
acaba de publicar una parte de sus memorias en tono de despedida elegíaca a la Universidad[1].

Esas memorias son un libro personal pero cuyo interés va más allá, sin duda, de la peripecia biográfica del autor para alcanzar el estatus de crítica melancólica –en el buen sentido del término[2]– dirigida  contra o hacia ambiente intelectual y educativo de nuestro momento. También es una crítica apasionada a favor del humanismo.

Adéu a la Universitat intitula Llovet su memoria-libro. Pero  el subtítulo del libro es más cabal: L’eclipse de les humanitats.  Porque, en el fondo, lo que describe el texto es ese languidecimiento y declive del espíritu humanista (o lo que queda de él) ante la avalancha de la tecnologización –e imbecilización, el vocablo es nuestro- de la existencia.

Lo que el autor lamenta, con exquisita melancolía, es la pérdida del respeto a la tradición cultural y sus valores; la insolencia ignorante con que se suele despachar hoy en día la necesaria devoción por el lenguaje humano –radicalmente oral- y con la que se prescinde del esencial  arte de la conversación (que ya reivindicaba Erasmo de Rotterdam en De ratione studii; la desconsideración hacia el valor del estilo y de las formas – y la cortesía- en la vida cotidiana; la ruina del buen gusto y de la discreción en los comportamientos… En definitiva, todo aquello que va contra, el valor de la inteligencia creativa del ser humano.

Llovet aprecia esta pérdida de respeto y  desconsideración en el seno, justamente, de las instituciones que nunca hubieran debido perderlo: en la Universidad y en el sistema educativo. Lo achaca a múltiples causas, pero, en parte, a la actual invasión de las nuevas tecnologías –y nuestra consiguiente sumisión a ellas-.  A propósito de ello, propongo al lector algunas citas -extraídas del texto de Llovet- sobre este tema que,y que  más que nada quieren ser una invitación a su lectura completa:

  •  “Los defensores más encarnizados de las nuevas tecnologías en el terreno de la enseñanza no podrán dejar de aceptar que en primer lugar se ha producido un enorme empobrecimiento del lenguaje entre las clases discentes –que acabará contaminando, por simpatía, a los docentes- y, sólo algo más tarde, el uso de las tecnologías en el campo de la enseñanza se ha considerado como un recurso salvador. No es que el uso de las nuevas tecnologías en la escuela haya favorecido una degradación del lenguaje –lo cual vendrá a partir de ahora-; es que esta degradación –tanto en el lenguaje hablado como en el escrito- sobrevenida desde el inicio por otras causas, aconseja hoy en día a los profesores, por puro instinto de supervivencia, prescindir todo lo que se pueda del lenguaje a favor de la imagen o de la pantalla del ordenador, por tal de ajustarse a la escasa capacidad de las personas jóvenes para hacer un uso razonable del Verbo. Las causas que han propiciado este envilecimiento del elemento verbal durante los últimos decenios son múltiples, muchos de ellos anteriores a las nuevas tecnologías –el botellón, la banalización de las relaciones sexuales, la falta de autoridad familiar, la enorme difusión de las formas más modernas y estridentes de la música, la televisión, el prestigio del deporte, el fenómeno de las raves, etc.-, pero no deja de ser cierto que el uso de las nuevas tecnologías –el teléfono portátil, los iPhone, las videoconsolas, Internet, el Facebook, el fenómeno del chat, etc.- ha acabado de empujar un clavo que empezó a introducirse en la carne de las personas jóvenes, y no tan jóvenes, hace tiempo. La paradoja, pues, es que el remedio que se ha puesto a la falta de orden en las aulas y a la enorme dificultad de los alumnos –ya de cualquier edad- para seguir las pautas de la pedagogía tradicional –practicada en Occidente desde el tiempo de los egipcios hasta hace pocos años- es un remedio que en estos momentos se convierte en una nueva causa eficiente del mismo mal: posiblemente el remedio más perverso y, a la vez, más poderoso de todos lo que podríamos haber imaginado” (pp. 307-308).
  • “Cuando los ordenadores hayan invadido todas las aulas de Occidente, entonces será difícil imaginar que todavía se puede transmitir –y, en especial, genera- alguna clase de saber prescindiendo del uso de la informática. Entonces se habrá creado un espacio único, común y generalizado por lo que hace a la recepción de cualquier información –desde las más banales, como las canciones de rock, pop o techno, hasta las más complicadas en el ámbito del saber científico y literario en todos sus géneros, de la poesía, de la novela, de la filosofía a la teología, y este espacio se corresponderá estrictamente con la práctica pascaliana del divertissement, y casi nada, o realmente nada, con la práctica del saber como aprendizaje y articulación de ideas y de marcos conceptuales inéditos en la experiencia cotidiana toda persona. La diversión habrá ocupado, casi sin excepción, el espacio que había ocupado tiempo atrás –quizá hace mucho tiempo- la mayéutica socrática o la práctica del conocimiento como investigación lógica en el seno de las categorías del lenguaje, las cuales, por mucho tiempo que pase, serán siempre la más sólida garantía de la adquisición y de la “fabricación” del conocimiento”. (p. 306).
  • Ante los que pudieran tildar su crítica a la actual educación de conservadora, porque no repara en que en estos tiempos se ha conseguido la extensión universal de la educación, Llovet contraargumento: “es una suposición que los tiempos históricos hayan cambiado para mejorar la especie humana; y, especialmente, es muy discutible que la educación contemporánea haya dado mejores resultados –excepto aquellos que son estrictamente de orden material- que la educación en otros períodos de la historia. El acceso a la educación se ha hecho universal, pero también se tiene que decir que esta universalidad, positiva en sí misma, no ha comportado una mejora en la preparación de los estudiantes, ni de los de secundaria ni de los de los universitarios, en especial en todo lo que hace referencia su capacidad de hablar, leer, y escribir”. De ahí, añadimos nosotros, la importancia de esa reivindicación extemporánea al trívium (gramática, dialéctica, retórica).

Por certeras, discutibles o provocadoras que puedan parecer estas ideas, polémicas, el principal valor del libro de Llovet, amén de su lucidez, es su valentía para a ir contracorriente del pensamiento educativo establecido. Y su capacidad de desafiar el pensamiento hegemónico en las sociedades de la información –no en general, sino en particular en la nuestra más cercana (Barcelona, Cataluña, España, Europa, etc.).

Ese pensamiento hegemónico –pero, indiscutiblemente, melifluo- que se deslumbra –enlluerna, escribe Llovet en catalán- ante la explosión de la información –tenga ésta o no sentido-. Ese pensamiento hegemónico que cede al determinismo tecnológico más simplista y vulgar… aunque nada ingenuo y, menos, inocente.

…Y, arrimando el ascua a nuestra sardina –discúlpeme el lector por ello-, el libro de Llovet representa una culta, erudita y lúcida justificación a la reivindicación –más intuitiva que erudita- de ese nuevo humanismo que defendemos Tapio Varis y yo en otro texto… Texto, tal vez, eso sí, menos melancólico y escéptico que el de Llovet, pero, quizá, más ingenuamente optimista: Media Literacy and New Humanism.


[1] Llovet, Jordi: Adéu a la Universitat. L’eclipsi de les humanitats

[2] La melancolía es el regusto sereno y emocionado por el pasado que se quiere alentar en el presente.

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