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Crisis y pérdida de confianza en los medios (II)

libertad1Los líderes mundiales, reunidos hace pocas semanas en Washington, se aprestaron a, lo que en su día Sarkozy, denominó “refundación del capitalismo” pero, luego, quedó tan solo en una propuesta de reforma profunda del sistema financiero global.

Las razones y motivaciones para emprender esa reforma son varias y están en la boca de todos: despilfarro excesivo; gestores que se han olvidado de defender los intereses de los ciudadanos y sólo han procurado su propio beneficio; una injusta desigualdad de recursos que no para de aumentar y agravar la situación en el mundo; falta de reglamentación y regulación de todos los sectores económicos, especialmente, del financiero; pérdida generalizada de confianza en el sistema. Etc. Es en este contexto, en el que tiene sentido, al parecer, plantearse el “cerrar la puerta” y refundarlo todo. 

Lo singular es que este diagnóstico, que afecta sobre todo al sistema financiero, se está empezando a trasladar a otros órdenes de esa economía des-regulada que ha potenciado la ideología y el movimiento neoliberales: a la desaforada industria de la construcción, a la energía centrada en el petroleo, a las tecnologías avanzadas, etc. ¿Por qué, entonces, no habrían de ser aplicables, también, al campo de la industria de la comunicación?

De hecho, muchos de los enunciados, hoy trágicamente válidos para diagnosticar nuestro sistema económico serían justificadamente extrapolables al sistema mediático. Hagamos, pues, un ejercicio de imaginación. 

  •  El exceso y el despilfarro de información que comporta la sociedad de la información están restando, como sucede con la crisis y los activos económicos, valor a los mensajes, y los hace diluirse en un flujo infraccionario continuo que no tiene fin.
  • La invasión publicitaria de la vida humana –en paralelo a lo que sucede con la energía el CO2 y la contaminación- potencia el despilfarro y el consumismo que nada tiene que ver con la satisfacción de las necesidades y menos con la sostenibilidad de la vida.
  • El que los que gobiernan los medios consideren a las audiencias un simple instrumento para aumentar beneficios –en semejanza a los ejecutivos de la Banca, que han primado su enriquecimiento a la defensa de los intereses y derechos de sus clientes.
  • El que los nuevos instrumentos comunicativos –las TICs- han aumentado la brecha entre los info-ricos y los info-pobres y la inclusión social es ya un problema trágico incluso en los países avanzados. Lo mismo que ha sucedido en la fase de aumento de la “riqueza” global en los últimos años, que ha aumentado la desigualdad.
  • Que las leyes y reglas de la comunicación no se suelan respetar. Prácticamente, se podría decir que se promulgan sólo para ser incumplidas-  porque quienes las han de cumplir están pagados por los que tienen interés en incumplirlas. Como en la economía, el problema no es sólo la desregulación, sino la falta de cumplimiento de las reglas.
  • La información, en lo que aporta de verdad y discernimiento, no parece contar y sólo se computa su valor mercantil y su potencial para convocar grandes audiencias masivas. Lo mismo se puede decir con respecto a la opacidad del sistema financiero.
  • Los medios y el periodismo han perdido legitimidad y la confianza del público. En ningún país del mundo el periodismo tiene la legitimidad que le correspondería a una profesión que, en teoría, media entre la realidad y los ciudadanos. Como legitimidad han perdido en esta crisis los banqueros a quienes habíamos confiando inversiones y depósitos. 

 

Tiempos de cambio en el sistema mediático

No es nada extraño, por tanto, que a la vista de los acontecimients, mientras, hoy en día, algunos hablan de la necesidad de “refundar el sistema económico internacional”, sean muchos, también, los que sienten la necesidad de refundar o, al menos, de transformar profundamente el sistema de medios de comunicación. 

Es cierto que, buena parte de esta transformación está sobreviniendo por obra y gracia del cambio tecnológico: la digitalización de los medios y la aparición de Internet no para de socavar los cimientos de la industria comunicativa tradicional y sus modelos de negocio. Pero también es verdad que se va ampliando la demanda -dispersa pero creciente- de someter a revisión de los fundamentos del mismo sistema comunicativo –en defensa del pluralismo, la libertad de opinión, el derecho a la información y a la auténtica participación democrática-. Revisión que afectaría tanto a las prácticas, como a los valores y fundamentos en que tradicionalmente se ha asentado nuestro sistema mediático. 

Hace bien poco un famoso banquero español –que no parece haber salido del todo malparado de la crisis financiera internacional, al menos por ahora- reflexionaba sobre las causas de la turbulencia actual y proporcionaba algunas pistas para encontrar soluciones. Según su diagnóstico, el sistema estaba aquejado de falta de solvencia y sostenibilidad, y pagaba las innovaciones demasiado arriesgadas y los excesos de ciertos gestores en un período de abundancia. 

Las soluciones que ofrecía el banquero eran sencillas y –mutatis mutandi– resultan aplicables a los medios.

  •  Recuperar el foco de la acción en el usuario y en el público. Lo que, traspasado al sistema mediático, anularía la idea extendida y muy sostenida, de que el cliente de los grandes medios es el anunciante y no el ciudadano. Se trataría, entonces, de intentar ganar el soporte del público, su fidelidad y su confianza.
  • Gestionar con prudencia el riesgo. O sea, calcular y sopesar conjuntamente la aplicación de las inversiones en nuevos productos, de la aplicación impremeditada de las innovaciones tecnológicas, etc. Se trataría, entonces, de seleccionar del desarrollo tecnológico y los proceso de innovación racionalmente , y conducir, de este modo, de un modo sostenible y positivo  cualquier cambio hacia la meta de mejorar el servicio a los ciudadanos.
  • Asegurar que las autoridades, las reglas del juego y las instancias de regulación promuevan y sostengan, la transparencia del sistema, la equidad, y el buen gobierno. Se trataría, entonces, de organizar racionalmente la toma de decisiones y no apoyarlas sencillamente en las decisiones –muchas veces disfuncionales- del mercado. 

 Desde mi punto de vista, estos principios -que parecen muy razonables-  tienen, en lo que se refier a la refundación del sistema mediático que sostenerse  en dos cuestiones fundamentales y muy relacionadas entre sí: a) la alfabetización mediática; y, b) la participación activa de la ciudadanía en la esfera de los medios. 

Seguramente una conduce a la otra, pero conviene considerarlas autónomamente. 

La alfabetización mediática consiste en el aumento y la potenciación (empowerment) de las personas en el entorno mediático y tecnológico. Promueve la idea de que la apropiación por su parte de los medios y las tecnologías -o, dicho de otro modo, su capacidad de integrarlas con sentido en su vida- es una cuestión trascendente: no se hizo el hombre para los medios, sino los medios para el hombre. Potencia también la idea de que es el sentido de lo humano -la fuerza del pensamiento crítico y la autonomía personal– lo que debe prevalecer en la relación entre las tecnologías comunicativas y la persona. 

Si se refuerzan las posibilidades de selección y las capacidades críticas de los ciudadanos es factible que éste – el ciudadano- se logre instalar en el centro de un sistema que nunca debió abandonar. Si, -también en el entorno tecnológico y mediático- se protege a quien tiene que ser protegido –es decir, a los niños y a las personas con menos recursos- avanzamos sin duda en la centralidad de lo humano en el sistema. Centralidad que, inisistimos, nunca debería haberse abandonado. 

Así pues, la alfabetización mediática no nace sólo de la consideración de los aspectos cívicos y políticos de la ciudadanía –que, por otra parte, son evidentes- sino, también, de la necesidad de devolver la humanidad, la salud y la sostenibilidad al sistema mediático. 

La cuestión de la participación activa de la ciudadanía es también fundamental. Hoy día proviene de dos factores: el primero las facilidades que los sistemas en red le proporcionan con su flexibilidad, ligereza y ubicuidad. Es, sin lugar a dudas, esta efervescencia de los nuevos servicios de WEB 2.0, lo que potencia la posibilidad de un salto cualitativo en el tema de la participación. Pero la probabilidad de este salto proviene, también, del aumento de las capacidades de la ciudadanía que se ha producido a la estabilidad de las democracias en buena parte del mundo: una ciudadanía que es más inquieta, más activa, que se implica en el flujo mediático y lo enriquece. 

La alfabetización mediática, que combina, por un lado, las competencias digitales -pero que incluye también el saber hacer crítico en relación con los medios- asegurará que la participación de los ciudadanos no consistirá solo en una estrategia de la denuncia –es decir, como un simple acoso y derribo al sistema mediático- sino en un esfuerzo constructivo, de creación de alternativas y de equilibrio. Esto es posible hoy día. Es el caso del periodismo: está claro que no se trata, eventualmente, de promover el nuevo periodismo ciudadano que se asienta en la red como sustituto del periodismo clásico –tal y como han propuesto algunos autores en los mismos términos en que una presunta democracia directa en red sustituiría a la democracia representativa- , sino de hacer que el periodismo clásico –que conserva su misión tradicional- se enriquezca, se potencie y mejore con el refuerzo comunicativo de una audiencia creativa y participativa. Se trata pues, de una ciudadanía que conserva su confianza en el papel mediador del periodismo, pero que lo complementa con su propia producción. 

La alfabetización mediática parece presentarse, por tanto, como una buena causa para las familias, los progenitores, los educadores, las escuelas, las asociaciones cívicas, los poderes políticos y otras instituciones que se encargan de educar y formar. Todos ellos ven en la alfabetización mediática, la oportunidad de fortalecer los principios del pensamiento crítico, la autonomía de la persona, la protección de los menores, los derechos de todos a la intimidad, la privacidad, la libertad de expresión y el derecho a la información. 

La reivindicación de la alfabetización mediática se ha convertido, por todo ello,  en cuestión esencial en la sociedad de la información (y más, si cabe e la sociedad del conocimiento y el entendimiento). Así pues, es justificado que los gobiernos, la Comisión europea, el Parlamento de Europa, el Consejo de Europa, la UNESCO e infinidad de otras organizaciones internacionales encaran el inmediato futuro planteándose la absoluta necesidad de promover el desarrollo de la alfabetización en medios. 

Todo ello en el contexto de turbulencias, problemas, retos y tensiones que nos depara el escenario actual. Se trata, en cierto modo, de recuperar la lógica del sentido común, de los valores comunicativos de siempre, de la reivindicación de principios profundamente arraigados en el flujo constante del humanismo, la democracia, la educación y la libertad. Ésta es precisamente la fuerza de la alfabetización mediática: su indiscutibilidad, su obviedad. 

La paradoja, sin duda inquietante, es que estos valores y estas afirmaciones tengan que ser, aún hoy, revisitadas y reivindicadas, porque el sistema parece haberlas arrinconado. Sin embargo, afortunadamente, pueden apreciarse, hoy en día, algunos indicios de que el sistema está cambiado y son muchos los que defienden hoy la necesidad de acometer un serio y profundo trabajo de refundación nuestro paisaje mediático. 

A esta tarea deberíamos contribuir todos de un modo tranquilo y sosegado. 


“Estados Unidos se ha ido convirtiendo paulatinamente en un país de derrochadores en los plano familiar, empresarial y público, como buenos derechistas radicales partidarios de la oferta” Paul A. Samuelson, “Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek”, El País (Negocios), 26 de Octubre de 2008, p.10.

“Los directores general de la carrera se lo montaron muy bien contando mentiras sobre los verdaderos beneficios de las empresas. Incluso después de que los descubrieran se fueron al banco con una sonrisa de oreja a oreja”. Idem.

“El fomento deliberado de la desigualdad no aceleró la productividad total de los factores en EEUU”. Idem.

“Pongan contables en el estrado de los testigos. Les pagan aquellos a quienes se suponen que deben vigilar, un caso flagrante en el que la vigilancia y la reglamentación son una necesidad fundamental”. Idem.

Se insiste en la necesidad de reformar las agencias de calificación.

Algún presidente de gobierno y, entre otros, algún economista ha llegado a considerar la posibilidad de que se cierren temporalmente los mercados de valores.

Cf. Tod Gitlin, Media unlimted: how the torrent of images and sounds overwhelms our lives, New York, Henry Holt & Company, 2002. «Each hot, breaking, unsurpassed, amazing, overwhelming event fades, superseded by sequels; each ‘crime of the century’ dissolves into the next, only to be recycled in the form of TV collages, magazine and movie of the week ‘specials’, instant books, branded sound bites and video clips, chat groups and instant polls, each cross-referenced to previous spectacles, each assigned meanings by choruses of pundits and focus groups, each instantly labeled unique, unforgettable.» / “The most important thing about the communications we live among is not that they deceive (which they do); or that they broadcast a limiting ideology (which they do); or emphasize sex and violence (which they do); or convey diminished images of the good, the true, and the normal (which they do); or corrode the quality of art (which they also do; or reduce language (which they surely do) but that with all their lies, skews, and shallow pleasures, they saturate our way of life with a promise of feeling?»
Todd Gitlin /

Cf. Zygmunt Bauman, Vida de consumo, México, Fondo de cultura económica, 2008 ; y Vida líquida, Barcelona, Paidós, 2007.

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